Con dos goles de Brad, Vidrios Mercedes - Living Bar llegó a la punta del campeonato.
Una punta mentirosa, sí, pero quién le quita lo bailado...
Parejito. Desde el comienzo hasta el final. Parejito allá, pero acá también. Parejito cuando fuimos y parejito cuando vinieron. Porque mirá que vinieron, ¿eh?… Y no se venían uno, o dos. Se venían todos, papá. Por afuera, por adentro, con fuerza, con clase, con torpeza o por pura convicción, pero venían. Hace como tres partidos que el equipo viene parejito. Más allá de tener siempre una formación de arranque distinta a la última. Y hace tres partidos que el equipo juega bien cuando tiene que jugar, y juega a ganar de cualquier manera cuando la orden sea esa.
Con Distr-Mer se empató porque este grupo está contagiándole garra al que se le cruce a media cuadra a la redonda. Es como una epidemia de huevo y corazón. Con el alma en la mano, mostrándosela a los rivales, queriéndoles convidar de ella. “¿Querés alma? Es mía”, dice orgulloso el verdiblanco. Con fuerza, salvajismo, vértigo, crudeza y ganas se ganó un punto en el partido más duro del año.
Con la Celeste se ganó porque más allá de amor propio, este grupo fue creciendo y maduró en más de un aspecto: la paciencia, for igsámpl. No te vamos a mentir. Que había caras largas porque a los cinco del primero ya se perdía 2 a 0, es una realidad. Si, si. Pero que con orden, sacrificio, solidaridad, tolerancia, buen juego y el Pato Bonamino, se convirtieron 8 goles también es verdad. Y se dio vuelta. Y se ganó.
Con Lussello la cosa fue distinta. Hubo que jugar a otra cosa. Había que vivir el partido minuto a minuto y leer muy bien lo que el juego te decía. Tenerla o reventarla eran opciones tan opuestas como válidas. Entonces, con esmero, tranquilidad, orden, equilibrio y el genial Ray Laudrup Bradbury, la punta sigue estando ahí, cerca como la brisa. Fue el toque mágico del 2 a 0 el que tranquilizó a los hombres del Ramón. Fue el mismo Brad el que salió a regalar trocitos de calidad en su corrida triunfante que condenó a muerte al rival. Fue, ese gol, el segundo, un poema renacentista; un jubileo cristiano, un canto dulce en las tinieblas. Fue la paz en la Franja de Gaza; el fin de la penitencia; el tesoro escondido; las dos caras del arte. Fue, además, la llave de la celda; una milanga a caballo; un corpiño calado; un vaso de coca. Fue, también, una cucharada de dulce de leche; fue una madrugada de reyes; una pileta con tus amigos; una foto con la más linda de la clase. Eso fue. En resumen, un golazo.
Además, se suma al historial otro partido más de los chicos del Pato sin poder vencer al Equipo de los pibes. Y esta paternidad siempre se dio en encuentros con sabor especial por su definición. Porque nunca, ninguno de los dos equipos, jugaron porque si. Porque el padre ha puesto al hijo a prueba siempre en la vereda del éxito, aunque sólo hasta toparse con él.
La Comisión